Dentro de nuestras actividades diarias con las personas vulnerables está mejorar la salud de todos ellos, en este caso nos enfocamos a las personas sinhogarismo.

La salud pública tiene entre sus objetivos principales reducir las desigualdades sanitarias y garantizar la atención a los colectivos más vulnerables. Entre ellos, las personas en situación de sinhogarismo representan uno de los grupos con mayor riesgo de enfermedad y menor acceso a los servicios sanitarios. La vida en la calle, la ausencia de un hogar estable, la dificultad para mantener hábitos saludables y la escasa adherencia a los tratamientos médicos generan un círculo de vulnerabilidad que repercute no solo en la salud individual, sino también en la salud comunitaria.

En este contexto, los consejos sanitarios, los controles periódicos de salud y el seguimiento de medicamentos se presentan como estrategias clave para mejorar la calidad de vida de estas personas y reducir la carga sanitaria y social asociada.

En primer lugar, la educación en salud y el consejo sanitario aportan herramientas prácticas para que las personas sin hogar puedan identificar síntomas de alarma, prevenir complicaciones y adoptar hábitos de autocuidado en la medida de sus posibilidades. Aunque los determinantes sociales limitan en gran medida la capacidad de elección, la orientación en aspectos como la higiene básica, la alimentación, la prevención de infecciones o el consumo responsable de alcohol y otras sustancias puede marcar una diferencia real. Estos consejos, además, empoderan a las personas y refuerzan la relación de confianza con los profesionales sanitarios y sociales.

Por otro lado, los controles periódicos de salud permiten la detección temprana de enfermedades prevalentes y silenciosas, como la hipertensión, la diabetes o las infecciones respiratorias. En personas que rara vez acuden a los servicios médicos, estas revisiones móviles o en centros comunitarios resultan esenciales para prevenir descompensaciones graves que derivan en hospitalizaciones costosas y evitables. Asimismo, posibilitan el seguimiento de la salud mental, un aspecto crucial dado que la depresión, la ansiedad y los trastornos psicóticos son muy frecuentes en esta población, muchas veces asociados a traumas previos y a la vida en la calle.

El manejo de medicamentos constituye otro pilar fundamental. Las personas sin hogar presentan grandes dificultades para mantener la adherencia a los tratamientos, ya sea por la falta de un espacio seguro donde guardar la medicación, por la inestabilidad de sus rutinas o por la ausencia de acompañamiento. Programas de apoyo que incluyen la dispensación supervisada, la simplificación de pautas y la coordinación con equipos de calle favorecen un uso más racional y seguro de los fármacos. Esto no solo mejora el control de enfermedades crónicas como la hipertensión, la infección por VIH o la tuberculosis, sino que también reduce los riesgos asociados a la automedicación y al uso inadecuado de psicofármacos.

Finalmente, invertir en estos programas tiene un impacto positivo en la salud pública y en la sociedad en su conjunto. Mejorar la atención sanitaria de las personas en situación de sinhogarismo disminuye las urgencias hospitalarias, previene la propagación de enfermedades transmisibles y contribuye a una mayor cohesión social. Se trata de una medida costo-efectiva que combina eficiencia sanitaria con justicia social.

En conclusión, ofrecer consejos de salud, controles periódicos y un seguimiento adecuado de la medicación a las personas sin hogar no es únicamente un acto de asistencia, sino una estrategia integral de salud pública. Implica reconocer la dignidad de quienes más lo necesitan, reducir desigualdades y fortalecer una sociedad más justa, saludable y solidaria.

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